lunes, 15 de febrero de 2016

Thomas Mann y el espiritismo




Thomas Mann viajó a España en el año 1923. De Genova, un barco lo llevó a Barcelona. Así lo refiere en su texto autobiográfico “Relato de mi vida”:

“En la primavera de 1923 realicé un viaje a España. Lo hice en barco, evitando Francia, cosa todavía obligada, yendo desde Génova a Barcelona; más tarde, Madrid, Sevilla y Granada; luego, atravesando de nuevo la península, fui al norte, a Santander, y a través del golfo de Vizcaya, tocando en Plymouth, volví a Hamburgo. Recordaré siempre el día de la Ascensión en Sevilla, con la misa en la catedral, la magnífica música de órgano y la corrida de fiesta por la tarde. Pero, en conjunto, el sur andaluz me atrajo menos que el territorio español clásico, Castilla, Toledo, Aranjuez, la granítica fortaleza-monasterio de Felipe II, y aquel viaje a Segovia, dejando a un lado El Escorial, al otro lado del Guadarrama coronado de nieve”
.
Thomas Mann llega a Barcelona y no hace la menor mención a lo que encuentra allí,  ni por cuanto tiempo permanece en la ciudad. El pan con tomate,  la Sagrada Familia,  el Barrio Chino, nada de  ello le  merece un comentario.

Por no saber, ni siquiera sabemos si fue de putas o se dejo tentar por los travestidos de la calle del Cid, que era actividades que no perdonaban los escritores que llegaban a Barcelona en los años veinte y treinta.  Durante esos años y hasta el inicio de la guerra civil, el Barrio Chino de Barcelona fue el lugar preferido por los intelectuales europeos cuando jugaban a epater les bourgeois con el  sexo mercenario que les proporcionaban las callejuelas del barrio.   

Georges Bataille, Simone Weil, Paul Eluard, Andre Breton, Peret y muchos, muchisimos otros, viajaban a Barcelona y acudían a las salas de fiesta con travestidos, como la Criolla o Can Sacrista,  y después calmaban sus picores en el burdel de Madame Petit. No había en Europa un lugar más acanallado que el Barrio Chino de Barcelona.  

Claro que Mann y su familia son los pijos del barrio de los escritores. Los que juegan al tenis de inmaculado blanco y  arrugan la nariz si aquel con quien han condescendido comer no maneja con la soltura suficiente la pala de pescado.  Un pijo no menciona ciertas conductas, mucho menos  si son propias. Un pijo escribe para la eternidad.

Viaja a Andalucia, va a Madrid. ¿y que hace en Madrid? Da dos conferencias. Una sobre Goethe y Tolstoi y la segunda sobre fenómenos ocultos. Son conferencias que tiene preparadas y va repitiendo en donde le contratan.

He encontrado en la hemeroteca de ABC una crónica de la conferencia sobre los fenómenos ocultos.  

Parece ser  que Thomas Mann había asistido a un espectáculo con un espiritista y le tomaron el pelo. Se creyó lo que veía y desde ese momento fue pregonando la buena nueva. Acepta que  hay una energía que se caracteriza por expandirse fuera de los cuerpos que la producen y que materializa entes fantasmagóricos  donde no había nada   o  produce efectos sobre objetos que debido al influjo de dicha energía se mueven por mecanismos que la ciencia no se ve capaz de explicar.  

Merced a dicha energía y solo por ella  se explicarían los fenómenos ocultos, fenómenos que Mann considera que son innegables porque los ha visto mucha gente. Lo mismo que años después se dirá de los ovnis. Con tantos y tantos como han visto ovnis ¿cómo no van a existir?. Su fatuidad no le permite pensar que se le puede engañar. De hecho, quien mejor descubre los trucos de los magos son otros magos y no los intelectuales a quienes su soberbia los hace victima propiciatoria de cualquier engaño, así sean los fenómenos paranormales como las teorías políticas de cualquier alucinado. En aquellos años, Houdini dedicaba una parte de su tiempo a desvelar las imposturas de muchos de los supuestos espiritistas. Pero Thomas Mann no es Houdini.  

Esto dice el ABC de la conferencia de Mann.

Del ABC, 8 de mayo de 1923

“En su segunda conferencia, Tomás Mann nos introdujo en los misterios del ocultismo. El gran novelista alemán no es espiritista; pero cree –o mejor dicho, supone- que existe en el cuerpo humano cierta energía que en momentos dados puede prolongarse más allá de los limites del cuerpo, o sea, irradiar hacia fuera y materializarse. Así, y únicamente así, se explicarían los fenómenos ocultos, cuya existencia no se puede negar, ya que han sido demostrados por varias experiencias de absoluta buena fe.
El mundo –dice Tomas Mann- está lleno de problemas espirituales y psiquicos, de cuestiones inquietantes que no se explican por lo que conocemos de la vida material, pero tampoco por el espiritismo. El anhelo hacia lo metafísico es general, y hasta la teoria de Einstein basada en la matemática y la física, pasa las fronteras de la pura especulación metafísica.
Tomás Mann fue llevado hacia las experiencias telekinéticas por el neurópata de Munich Alberto von Schrannk-Notzing, que antes de la guerra publicó un libro titulado Fenómenos de la Materialización. El libro fue acogido con indignación por el mundo científico alemán; pero con la guerra, la miseria, la revolución social, cambió la disposición psíquica de los hombres resultando más favorable para aceptar la existencia de los fenómenos místicos como lo demuestra el éxito de las obras de Flammarión y de Richet.
A continuación, Tomas Mann cuenta de una manera plástica, casi dramática, una sesión que presenció en la habitación del médico de Munich cuando la energia que irradiaba de un “médium masculino” de diez y nueve años hizo levantar del suelo un pañuelo situado a metro y medio de distancia del médium, sujetado por el conferenciante y por varios señores de absoluta honorabilidad. Tomás Mann afirma que era excluida toda posibilidad de engaño.

El auditorio siguió con mucho interés al conferenciante en su viaje por el mundo oculto y le tributó grandes aplausos”.

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