Thomas Mann viajó a España en el año 1923. De Genova, un
barco lo llevó a Barcelona. Así lo refiere en su texto autobiográfico “Relato
de mi vida”:
“En la primavera de
1923 realicé un viaje a España. Lo hice en barco, evitando Francia, cosa
todavía obligada, yendo desde Génova a Barcelona; más tarde, Madrid, Sevilla y
Granada; luego, atravesando de nuevo la península, fui al norte, a Santander, y
a través del golfo de Vizcaya, tocando en Plymouth, volví a Hamburgo. Recordaré
siempre el día de la Ascensión en Sevilla, con la misa en la catedral, la
magnífica música de órgano y la corrida de fiesta por la tarde. Pero, en
conjunto, el sur andaluz me atrajo menos que el territorio español clásico,
Castilla, Toledo, Aranjuez, la granítica fortaleza-monasterio de Felipe II, y
aquel viaje a Segovia, dejando a un lado El Escorial, al otro lado del
Guadarrama coronado de nieve”
.
Thomas Mann llega a Barcelona y no hace la menor mención a
lo que encuentra allí, ni por cuanto tiempo permanece en la ciudad. El pan con
tomate, la Sagrada Familia, el Barrio Chino, nada de ello le
merece un comentario.
Por no saber, ni siquiera sabemos si fue de putas o se dejo tentar por los travestidos de la calle del Cid, que era actividades que no perdonaban los escritores que llegaban a Barcelona en los
años veinte y treinta. Durante esos años
y hasta el inicio de la guerra civil, el Barrio Chino de Barcelona fue el lugar
preferido por los intelectuales europeos cuando jugaban a epater les bourgeois
con el sexo mercenario que les
proporcionaban las callejuelas del barrio.
Georges Bataille, Simone Weil, Paul Eluard, Andre Breton,
Peret y muchos, muchisimos otros, viajaban a Barcelona y acudían a las salas de
fiesta con travestidos, como la Criolla o Can Sacrista, y después calmaban sus picores en el burdel
de Madame Petit. No había en Europa un lugar más acanallado que el Barrio Chino
de Barcelona.
Claro que Mann y su familia son los pijos del barrio de los
escritores. Los que juegan al tenis de inmaculado blanco y arrugan la nariz si aquel con quien han
condescendido comer no maneja con la soltura suficiente la pala de pescado. Un pijo no menciona ciertas conductas, mucho
menos si son propias. Un pijo escribe
para la eternidad.
Viaja a Andalucia, va a Madrid. ¿y que hace en Madrid? Da
dos conferencias. Una sobre Goethe y Tolstoi y la segunda sobre fenómenos
ocultos. Son conferencias que tiene preparadas y va repitiendo en donde le
contratan.
He encontrado en la hemeroteca de ABC una crónica de la
conferencia sobre los fenómenos ocultos.
Parece ser que Thomas
Mann había asistido a un espectáculo con un espiritista y le tomaron el pelo.
Se creyó lo que veía y desde ese momento fue pregonando la buena nueva. Acepta
que hay una energía que se caracteriza
por expandirse fuera de los cuerpos que la producen y que materializa entes
fantasmagóricos donde no había nada o produce efectos sobre objetos que debido al
influjo de dicha energía se mueven por mecanismos que la ciencia no se ve capaz
de explicar.
Merced a dicha energía y solo por ella se explicarían los fenómenos ocultos, fenómenos
que Mann considera que son innegables porque los ha visto mucha gente. Lo mismo
que años después se dirá de los ovnis. Con tantos y tantos como han visto ovnis
¿cómo no van a existir?. Su fatuidad no le permite pensar que se le puede
engañar. De hecho, quien mejor descubre los trucos de los magos son otros magos
y no los intelectuales a quienes su soberbia los hace victima propiciatoria de
cualquier engaño, así sean los fenómenos paranormales como las teorías políticas
de cualquier alucinado. En aquellos años, Houdini dedicaba una parte de su
tiempo a desvelar las imposturas de muchos de los supuestos espiritistas. Pero
Thomas Mann no es Houdini.
Esto dice el ABC de la conferencia de Mann.
Del ABC, 8 de mayo de 1923
“En su segunda conferencia, Tomás Mann nos introdujo en los
misterios del ocultismo. El gran novelista alemán no es espiritista; pero cree
–o mejor dicho, supone- que existe en el cuerpo humano cierta energía que en
momentos dados puede prolongarse más allá de los limites del cuerpo, o sea,
irradiar hacia fuera y materializarse. Así, y únicamente así, se explicarían
los fenómenos ocultos, cuya existencia no se puede negar, ya que han sido
demostrados por varias experiencias de absoluta buena fe.
El mundo –dice Tomas Mann- está lleno de problemas
espirituales y psiquicos, de cuestiones inquietantes que no se explican por lo
que conocemos de la vida material, pero tampoco por el espiritismo. El anhelo
hacia lo metafísico es general, y hasta la teoria de Einstein basada en la
matemática y la física, pasa las fronteras de la pura especulación metafísica.
Tomás Mann fue llevado hacia las experiencias telekinéticas
por el neurópata de Munich Alberto von Schrannk-Notzing, que antes de la guerra
publicó un libro titulado Fenómenos de la Materialización. El libro fue acogido
con indignación por el mundo científico alemán; pero con la guerra, la miseria,
la revolución social, cambió la disposición psíquica de los hombres resultando
más favorable para aceptar la existencia de los fenómenos místicos como lo
demuestra el éxito de las obras de Flammarión y de Richet.
A continuación, Tomas Mann cuenta de una manera plástica,
casi dramática, una sesión que presenció en la habitación del médico de Munich
cuando la energia que irradiaba de un “médium masculino” de diez y nueve años
hizo levantar del suelo un pañuelo situado a metro y medio de distancia del
médium, sujetado por el conferenciante y por varios señores de absoluta
honorabilidad. Tomás Mann afirma que era excluida toda posibilidad de engaño.
El auditorio siguió con mucho interés al conferenciante en
su viaje por el mundo oculto y le tributó grandes aplausos”.
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