Al principio fue la foto de una mujer joven con una belleza melancólica tocando el acordeón en un bar de Les Halles. Un público de carniceros con el mandil sucio de sangre la escucha en silencio. Doisneau, año 1953. Busqué más fotos de la acordeonista y encontré algunas. Debía de ganarse la vida tocando de bar en bar, acompañada por una mujer mayor que canta. No son bares como Au Pied du Cochon donde coinciden noctámbulos que quieren apurar la noche y los mayoristas de la cercana Les Halles. Son los bares de los empleados de esos mayoristas, gente cansada comiendo.
La mujer se llama Pierrette D’Orient y la cantante Lulu. Pierrette es una mujer de rasgos afilados y ojos tristes. No más tristes que quienes la escuchan. Quizás sea la hora y están agotados, quizás sea un tiempo triste para los trabajadores parisinos. Ese año se estrena en Paris Esperando a Godot que no es un himno a la alegría, en marzo ha muerto Stalin y los obreros franceses que votan en buena medida al PCF sienten que han perdido algo propio. Pierrette es joven y parece atrapada en una rutina vital que ya es definitiva. Por eso las pocas veces que sonríe la sonrisa en lugar de abrirla a los demás, la encierra más en su laberinto.
Hay una última foto, en el canal Saint Martin, de camino a su casa. Pierrette se gira hacia el fotógrafo y es la suya una mirada altiva. Atrapada pero no vencida. Pierrette es una princesa y no se rinde.
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