jueves, 31 de marzo de 2016

El chino de Tiananmen


De vez en cuando me llega la frase de Brecht, remitida por alguno que se pone lírico. La frase es aquella de «Hay hombres que luchan un día y son buenos, otros luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero están los que luchan toda la vida, y esos son los imprescindibles»

He conocido alguno de los que “luchan toda la vida” y no es sólo que fueran prescindibles, sino que ojala hubieran dedicado el tiempo a otras cosas. Xirinacs, por ejemplo, luchando toda la vida. Yo era estudiante cuando el hacia sus sentadas delante de la cárcel Modelo y entonces pensaba que era un capullo por ser cura. Todos los curas unos capullos, pensaba yo, por tanto Xirinacs, cura, era un capullo. Bueno, en este caso en particular, acerté. Xirinacs fue un capullo, pero no por cura. 

He conocido también algunas personas admirables, no muchas. Como cuando llegaba alguien en un tren, se alojaba en algún piso del extrarradio y se nos convocaba a los militantes para que fuéramos a escuchar las conclusiones de la última conferencia política del partido. Al cabo de un tiempo los trincaba la brigada politicosocial, siempre terminaban en la cárcel, y desaparecían por un tiempo. Con la amnistía, la mayoría se dedicaron a otros menesteres, no fueron de los que luchan toda la vida, en su tumba quizás ponga… este que lucho muchos años fue muy bueno… aquel que lucho un año, ese fue algo bueno.

Lo que si he conocido es a muchos hombres buenos, buenos en el sentido de Brecht. Gente que cuando podía te vendía jena en lugar de costo, vagos, bebedores, malos estudiantes, puteros que un día decían hasta aquí hemos llegado. Eso lo viví en la época de la transición. A veces, quien más se arriesgaba y terminaba inconsciente, molido a palos, metido en una lechera de la policía, era el mas jeta, lo que Serrat llama en una canción, la aristocracia del barrio. Transexuales que se enfrentaban a los grises, supongo que habían recibido tantas tortas en su vida que no les venia de aquí. Gente con unos tatuajes en los brazos que solo cabía pensar que se los habían hecho en el talego con una aguja calentada al rojo. Un día los veías en una manifestación por las libertades, y los veías porque se ponían en primera fila, en primera línea de fuego, por así decir, y te montaban una barricada en Gracia que durante horas tenia a raya a la policía. Mucho más enteros que los pijochiruqueros que se ponían a llorar cuando recibían el primer palo. O las pijas que se volvían histéricas cuando cargaba la policía. Y eso que ya no se arriesgaba la vida. Por razones varias, yo estaba entre los dos mundos, entre el de los políticos y el de los pequeños delincuentes, así que conocí a bastantes hombres buenos.

Y todas estas gilipolleces vienen a que hoy recuerdo a un hombre bueno. Un chino enfrentado el sólo a una columna de tanques que se dirigía a la plaza de Tiananmen. Me imagino al chino volviendo de la compra, con los cojones hinchados de la indignación que le provoca la represión del movimiento democrático, que sin parar demasiadas cuentas de lo que hacia y sin importarle tanto las consecuencias de su acto como el cabreo que le provoca la actuación del ejercito, se pone en medio de la calle y obliga a parar a los tanques.   Honor a los hombres buenos. Que un día podamos sentirnos dignos de lo que él hizo. Pero un día, ¡eh!, que antes y después toca beber y comer y ligarse a la vecinita y tumbarse a la bartola.

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