sábado, 5 de marzo de 2016

Foucault, septiembre de 1975.

Pocos años antes de morir, Foucault, para llenar las muchas horas que le dejaba libre un curso que dictaba en Berkeley, conoció la comunidad gay de San Francisco. En particular le atrajo aquella parte del submundo donde se usa el sadomasoquismo en prácticas que entre otras incluyen introducir un puño entero en el recto.  

Foucault se enfundaba en cuero y se lanzaba a retozar en los bares y saunas del ambiente. A retozar y a gemir de dolor, que lo del puño debe de estimular los receptores del dolor de la región perineal hasta un punto que prefiero no imaginar. Eso fue en 1975 y durante varios años continuó acudiendo a Berkeley y extendiendo las visitas a los bares que ya conocía. Enfermó de SIDA. Continuó disfrutando de los placeres que le brindaban los bares de alterne en San Francisco, mientras en Francia mantenía la postura del profesor logorreico que habla del poder y la sexualidad. Hace poco más de treinta años que murió. Esperemos que donde se encuentre le continúen petando el culo, en cualquier caso dudo de  que ande muy interesado en continuar divagando. Ni nosotros en leer sus divagaciones. La mayor ventaja del Facebook y del resto de redes sociales es que ya nadie pierde el tiempo con los Derridas, Lacanes y Foucaults.

He encontrado dos fotos de la delegación francesa que acudió a Madrid en septiembre de 1975 con la misión de leer un comunicado en contra de las penas de muerte que la jurisdicción militar había dictado contra once militantes de ETA y FRAP. El grupo lo componían Yves Montand, Foucault, Costa Gavras, Regis Debray, Claude Mauriac, Jean Laucouture y el padre Ladouze . Si digo que no tengo la menor idea que quien es el padre Ladouze doy a entender que sé quienes son los que lo acompañaban. Dejémoslo en que he visto a Montand en varias películas y menos Ladouze me suenan el resto de nombres.

El comunicado redactado por Foucault decía en la traducción que hizo Santiago Carrillo: 


“Diez hombres y mujeres acaban de ser condenados a muerte. Han
sido condenados por tribunales especiales y no han gozado del derecho
a la justicia.

Ni de la justicia que demanda pruebas para condenar. Ni de la justicia
que otorga a los condenados la capacidad de defenderse. Ni de la
justicia que les asegura la protección de la ley, sin importar la seriedad
de las acusaciones. Ni de la justicia que protege a los enfermos ni de la
que prohibe el maltrato a los presos.

Siempre hemos luchado por esa justicia en Europa. También hoy
debemos luchar donde quiera que se la amenace. No queremos proclamar
la inocencia; no pretendemos hacerlo. No pedimos un indulto tardío;
el pasado del régimen español no nos permite esperar tanto. Demandamos
que los hombres de España respeten las reglas básicas de la
justicia, del mismo modo que las respetan los hombres de otros lugares.

Hemos venido a Madrid a sostener este mensaje. El asunto es tan
serio que hemos tenido que hacerlo. Nuestra presencia pretende mostrar
que la indignación que nos conmueve significa que nos sentimos
solidarios, junto con muchos otros, con esas vidas amenazadas”.

Aparte del grupo, firmaban el comunicado: André Malraux, Pierre Mendés France, Louis Aragón,
Jean-Paul Sartre y Francois Jacob.

El 22 de septiembre desde el aeropuerto Charles de Gaulle subían los siete al avión que los llevaría a Madrid. Una vez en tierra se dirigieron al hotel Torre de Madrid en donde se iba a leer el comunicado y donde habían citado a los periodistas. Montand leyó el texto en francés y antes de que Regis Debray pudiese leer la versión en castellano la brigada político-social de la policía intervino reteniendo a los intelectuales franceses que fueron trasladados a Barajas y embarcados en el primer avión con destino a París. En total estuvieron en Madrid poco más de seis horas. El día 27 de septiembre morían cinco de los once condenados y al resto se les conmutaba la pena capital por otra de prisión.

Pocos meses más tarde, en junio de 1976, un joven de 22 años, Christian Ranucci, moría guillotinado en Marsella. Había sido condenado en un juicio irregular, así lo señala el propio Foucault años más tarde en La vida de los hombres infames, por el asesinato de una niña de ocho años. 


Ya entiendo que Ranucci era un monstruo asesino y los otros eran algo diferente, militantes de organizaciones que luchaban en favor de un mundo mejor, vamos que mataban para que todos fuésemos más felices en el futuro, pero es el caso que la oleada de indignación que recorrió Europa Occidental con motivo del ajusticiamiento de los cinco terroristas no se repitió con Ranucci. Igual es que Foucault se encontraba practicando fist fucking en San Francisco y pendiente de lo que le estaban haciendo se le pasó por alto en aquel momento que un posible inocente iba a ser ejecutado. O quizás es que para un intelectual de la facción J’acusse no le es lo mismo oponerse heroicamente al fascismo gobernante allí donde mantiene abiertas sus fauces –por no hablar del placer de contarlo una y otra vez mientras gracias al recuerdo vuelve a erizarse deliciosamente el vello del espinazo- que hacerlo por un pringao que ha matado una niña. No sé.

En la primera foto se les ve un poco tensos, como inquietos ante lo que se avecina, lo que me hace suponer que está tomada antes de partir hacia Madrid, en el aeropuerto Charles de Gaulle (se lee la palabra Arrive en un letrero, asi que sobre el lugar donde se toma la foto no caben mayores dudas. De izquierda a derecha, Regis Debray, Costa Gavras, Foucault, en segunda fila Claude Mauriac, imagino que Ladouze y Montand.




En la segunda foto, aparecen Regis Debray, el que he dado en pensar que es Ladouze, Foucault, Yves Montand y Claude Mauriac. 

2 comentarios:

  1. La vulgaritat intelectual i misèria ideològica que demuestra este artículo homofobico de moraleja religiosa de beata viuda amargada es por desgracia la realidad del nacional católicismo en pleno 2016 el refugio de aquella izquierda progresista

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  2. Decir sobre la pena de muerte que este facista no a entendido nada como buen tercermundista, y omitiendo su reprensión sexual por no decir su incapacidad de pensar. Que un estado no es un sujeto jurídico, ya que el ejerce la ley, a sea no tiene derecho de desicion sobre la vida o la muerte de un sujeto. Un violador de niña y un terrorista están en la misma situación.

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