domingo, 29 de mayo de 2016

Lore, Wilhelm Reich y un happening imposible en Bellaterra.






Ayer estuve viendo Lore, una película que estrenaron hará  tres o cuatro años, dirigida por Cate Shortland de quien nada sé. La película muestra el viaje de una niña de catorce años, por una Alemania que acaba de perder la guerra.

Una road movie que transcurre con morosidad extrema. El recorrido por el infierno en que se ha convertido la Alemania devastada es a la vez una descripción del cambio que se opera en la niña, De joven hitleriana a lúcida interprete de las raíces profundas del totalitarismo nazi que la directora identifica en el carácter autoritario de la población alemana. Ese es el factor principal que incuba el huevo de la serpiente: como eran rígidos y autoritarios, los alemanes adoptaron un tirano.

Esta tesis me recuerda mis lecturas de joven de Wilhelm Reich. En los numerosos prólogos de sus libros, en particular los de La revolución sexual y La función del orgasmo, -Reich iba prologando y prologando los libros que más merecian su aprobación y cada nuevo prólogo se añadia a los anteriores- explicaba Reich que esa personalidad rígida, como la de los alemanes que aparecen en la película, que no permitía la libre expresión y satisfacción de los impulsos de la naturaleza humana era una coraza de carácter. Los alemanes eran victimas de una educación que retorcía la naturaleza humana y los convertía en seres que controlaban sus impulsos hasta un punto que no solo les impedía un apareo gozoso, sino que a su vez generaba en ellos la necesidad de obedecer a un líder. Les gruñía la abuela cada vez que les veía despeinados o no se lavaban las manos antes de sentarse a la mesa, y se hacían totalitarios y dirigían su rabia hacia un chivo expiatorio, hacia los judíos.

Me decía yo, que de mayor quería ser psicoanalista marxista y concebía la sociedad ideal como un falansterio fourierano donde se aplicaría el comunismo sexual, que en España también la autoridad de los padres era de unas características similares a las de los alemanes de la República de Weimar y que eso tendría que ver con la continuidad del franquismo.

No paraba cuentas en que el lugar donde yo vivía estaba en la zona de los perdedores durante la guerra y que esa rigidez de carácter de los padres, habría dado lugar, de ganar nosotros la contienda, a una república soviética.

El caso es que yo y otros entusiasmados con los escritos de Reich, - y como molaba que lo de follar fuese el paso previo hacia una revolución y que estupendo era que lo que más nos gustaba fuese justamente lo más útil para la revolución que terminaría con todas las revoluciones- programamos una cama redonda en Bellaterra. Que todo aquel que quisiese avanzar por el camino de la revolución y romper con la coraza caracteriologica se presentase con condones y comida el siguiente sábado. Unos treinta de varias facultades acudieron a la convocatoria. Todos varones salvo una mujer que iba emparejada.

Desistimos de continuar con el happening ante la desproporción de sexos, pobre chica, que, para que mentir, tampoco era muy atractiva. Y sin chicas no había cama redonda posible. Eran tiempos en los que ser gayer no es ya que estuviese proscrito, que lo estaba, es que apenas nadie lo era. O al menos no había casi nadie que tuviese dudas sobre su orientación sexual heterosexual. Así, que sin chicas, terminaba antes de empezar la experiencia. Nos volvimos a nuestras casas con el rabo, triste rabo, -¡ay!- entre las piernas.


La toma de conciencia de Lore fue, en parte, la misma toma de conciencia de muchos de mi generación. Contra el autoritarismo en las relaciones familiares, en el trato de los maestros a los alumnos, en todo tipo de relaciones sociales, mi generación propuso y aquí ganó la batalla, oleada tras oleada de cambios.

Los padres se convirtieron en amigos de sus hijos, los maestros abandonaron la idea de que era necesario estimular el esfuerzo y valorar la excelencia  para cumplir con su función de ayudar a adquirir conocimientos a sus alumnos, el sexo se hizo tan fácil que llego a resultar banal.

Dejamos los asuntos públicos en manos de unos arribistas que supieron halagarnos al prometernos que no solo iban a gestionar los asuntos comunes sino que además y sobre todo pretendían algo mucho más elevado, conseguir que fuésemos felices.

Y así estamos ahora, con unos alumnos que no hacen el huevo y no aprenden, con unos adultos que no soportan las frustraciones, con una clase política que ha aprendido a halagar las emociones más viles de sus votantes. Si aún vive Lore debe de sentirse horripilada con la conducta de sus nietos.

Solo que hubiesen acudido 6 o 7 chicas se podía haber celebrado el party.

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