domingo, 1 de mayo de 2016

Vanessa Redgrave






Una vez vi  de cerca a Vanessa Redgrave.  Fue durante la transición. Ella  participaba en un mitin en la Universidad Central de Barcelona  organizado por un grupúsculo trotskista.  Yo era entonces maoísta y los trotskistas  todos,  estaba en su condición, pecaban de reformistas.   Para quien pretendía cambiar el mundo  y  convertirlo en una nueva versión del paraíso,  que le llamasen reformista era un insulto muy feo.   Ahora mismo no recuerdo  que mandamiento del perfecto revolucionario transgredían los trotskistas, pero  vaya si  tenían una mancha,  una bien grande,  ni de lejos verían ellos  la tierra prometida.   Cuando nos enfrentábamos, maoístas contra trotskistas,  y sucedía con frecuencia,   les  llamabamos  reformistas y ellos en el mismo tono airado nos  llamaban estalinistas.    A veces tanto nos calentábamos con lo de reformista y estalinista que llegábamos a las manos.  Ganaba el grupo  con mejor correlación de fuerzas como bien entendíamos todos que para algo bebíamos del materialismo histórico en su versión resumida de los cuadernillos de  Marta Harnecker.   El que tenía más gente ganaba y el oponente recibía las bofetadas.  Los del PSUC pasaban  del debate dialéctico y nos llamaban zumbados, claro que ellos eran peor que los reformistas, eran revisionistas. 

El caso es que aun siendo la Redgrave trotskista fui a verla. Me gustaba mucho desde Isadora.  La actriz era y al parecer lo sigue siendo, como los actuales artistas de la ceja,  pero ella se lo tomaba en serio. Nada de  unas risas de complicidad con el gobernante que se llame de izquierdas,  colocar el índice encima de la ceja y poner la mano a ver la subvención que cae. Ella se lo curraba. Participaba en muchas causas en favor de la humanidad doliente  y siempre andaba metida en fregados  que terminaban por intervención de la policía. Cuando no era Nixon se trataba de la energía nuclear y si no, las luchas de los indígenas de las Amazonas. 

Seriamos no más de un centenar de personas en el patio de la Universidad.  Eso  significaba dos cosas, que los trotskistas eran muy pocos y que los fans de la Redgrave aún eramos menos.  La recuerdo hablando en contra del Sha de Persia, aún faltaban unos años para que fuese derrocado . Que si era un hijoputa, que si un malparido, que había cometido tales y cuales tropelías contra el pueblo irani, etc.  Se encendía Redgrave pintando las sevicias de ese lacayo del imperialismo yanqui.  
Siempre me han aburrido sobremanera los mítines.  Nunca termina de hablar  el que se encuentra en el  uso de la palabra. Venga machacar con ejemplos y con imágenes. Bueno, y si se trata de alguien ya conocido y a cuyos mitines he acudido en varias ocasiones, como mucho aguanto un minuto sin despistarme. A mi lado había dos chicas preciosas. Un pelo muy negro y unos ojos que llenaban la cara.  Con mucha rapidez me fui olvidando de la Redgrave. Eran iraníes que estudiaban en Barcelona y militaban en el partido que había traído a la actriz. Tenían los rasgos de la cara tan bien perfilados que de no ser por lo del reformismo en aquel mismo momento abjuro de la verdad y me hago trotskista. Más me hubiese valido. A mis intentos de entablar una conversación  con ellas que se tradujese en una aproximación al terminar el acto, respondieron con el aire de ofensa  propio de quien habla con quien en aquel momento encarnaba  al que ordenó que se cepillasen a su santo patrón. Que como se me podía ocurrir semejante idea, ir a tomar algo con un amigo de Stalin.  Que mira que estaba yo mal del bolo. 

Mal que me pesase, entendí el razonamiento de las trotskistas.  Era Barcelona, era la transición,  y las distintas fuerzas de izquierda  revolucionaria no se toleraban ni siquiera en la cama.  No muchos meses antes del miting, el secretario de organización de Barcelona del grupo en el que yo militaba me ordenó que como responsable político de una de las zonas en las que dividíamos Barcelona, reprendiera duramente a una camarada que follaba con uno del PSUC. ¡con un revisionista!. Menuda desviación ideológica tenía la camarada. Que nosotros eramos la vanguardia del proletariado, los llamados por la historia a echar al fascismo abajo, a llevar el paraiso a la tierra. ¿pero como había podido la tía esa acostarse con uno del PSUC? ¡si al menos hubiese sido al revés!. Ya veía el  secretario de organización como se reirían de nuestro partido los del PSUC cuando trascendiera el hecho. Era lo de siempre, concluía: en cuanto veían una polla las tías perdían la cabeza.  Menos la suya, pensaba yo, que el andoba daba igual lo que mostrase que no se comía nada.  No hice nada,  ¿que iba a recriminarle nada a la camarada yo,  que concebía la organización social perfecta como una mezcla de comuna china y falansterio foureriano donde se practicaría el comunismo sexual tras pasarse el día cultivando arroz?


Mi  intento de  hacer confluir los intereses de dos de las fuerzas del  frente revolucionario que aquel día  se habían encontrado  para ver a Vanessa Redgrave terminó en nada.  Era el problema de la izquierda, su sectarismo.    Aquella noche las fuerzas revolucionarias de verdad  tuvimos que   culminar el asalto del cielo contando solo con los propios recursos,   en la soledad de la cama.  

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