Una vez vi de cerca a
Vanessa Redgrave. Fue durante la
transición. Ella participaba en un mitin
en la Universidad Central de Barcelona
organizado por un grupúsculo trotskista.
Yo era entonces maoísta y los trotskistas todos,
estaba en su condición, pecaban de reformistas. Para quien pretendía cambiar el mundo y
convertirlo en una nueva versión del paraíso, que le llamasen reformista era un insulto muy
feo. Ahora mismo no recuerdo que mandamiento del perfecto revolucionario
transgredían los trotskistas, pero vaya
si tenían una mancha, una bien grande, ni de lejos verían ellos la tierra prometida. Cuando nos enfrentábamos, maoístas contra
trotskistas, y sucedía con frecuencia, les
llamabamos reformistas y ellos en
el mismo tono airado nos llamaban
estalinistas. A veces tanto nos
calentábamos con lo de reformista y estalinista que llegábamos a las
manos. Ganaba el grupo con mejor correlación de fuerzas como bien
entendíamos todos que para algo bebíamos del materialismo histórico en su
versión resumida de los cuadernillos de
Marta Harnecker. El que tenía
más gente ganaba y el oponente recibía las bofetadas. Los del PSUC pasaban del debate dialéctico y nos llamaban
zumbados, claro que ellos eran peor que los reformistas, eran
revisionistas.
El caso es que aun siendo la Redgrave trotskista fui a verla.
Me gustaba mucho desde Isadora. La
actriz era y al parecer lo sigue siendo, como los actuales artistas de la ceja,
pero ella se lo tomaba en serio. Nada de
unas risas de complicidad con el
gobernante que se llame de izquierdas,
colocar el índice encima de la ceja y poner la mano a ver la subvención
que cae. Ella se lo curraba. Participaba en muchas causas en favor de la
humanidad doliente y siempre andaba
metida en fregados que terminaban por
intervención de la policía. Cuando no era Nixon se trataba de la energía nuclear
y si no, las luchas de los indígenas de las Amazonas.
Seriamos no más de un centenar de personas en el patio de la
Universidad. Eso significaba dos cosas, que los trotskistas
eran muy pocos y que los fans de la Redgrave aún eramos menos. La recuerdo hablando en contra del Sha de
Persia, aún faltaban unos años para que fuese derrocado . Que si era un
hijoputa, que si un malparido, que había cometido tales y cuales tropelías
contra el pueblo irani, etc. Se encendía
Redgrave pintando las sevicias de ese lacayo del imperialismo yanqui.
Siempre me han aburrido sobremanera los mítines. Nunca termina de hablar el que se encuentra en el uso de la palabra. Venga machacar con
ejemplos y con imágenes. Bueno, y si se trata de alguien ya conocido y a cuyos
mitines he acudido en varias ocasiones, como mucho aguanto un minuto sin
despistarme. A mi lado había dos chicas preciosas. Un pelo muy negro y unos
ojos que llenaban la cara. Con mucha
rapidez me fui olvidando de la Redgrave. Eran iraníes que estudiaban en
Barcelona y militaban en el partido que había traído a la actriz. Tenían los
rasgos de la cara tan bien perfilados que de no ser por lo del reformismo en
aquel mismo momento abjuro de la verdad y me hago trotskista. Más me hubiese
valido. A mis intentos de entablar una conversación con ellas que se tradujese en una aproximación
al terminar el acto, respondieron con el aire de ofensa propio de quien habla con quien en aquel
momento encarnaba al que ordenó que se
cepillasen a su santo patrón. Que como se me podía ocurrir semejante idea, ir a
tomar algo con un amigo de Stalin. Que
mira que estaba yo mal del bolo.
Mal que me pesase, entendí el razonamiento de las
trotskistas. Era Barcelona, era la
transición, y las distintas fuerzas de
izquierda revolucionaria no se toleraban
ni siquiera en la cama. No muchos meses
antes del miting, el secretario de organización de Barcelona del grupo en el
que yo militaba me ordenó que como responsable político de una de las zonas en
las que dividíamos Barcelona, reprendiera duramente a una camarada que follaba
con uno del PSUC. ¡con un revisionista!. Menuda desviación ideológica tenía la
camarada. Que nosotros eramos la vanguardia del proletariado, los llamados por
la historia a echar al fascismo abajo, a llevar el paraiso a la tierra. ¿pero
como había podido la tía esa acostarse con uno del PSUC? ¡si al menos hubiese
sido al revés!. Ya veía el secretario de
organización como se reirían de nuestro partido los del PSUC cuando
trascendiera el hecho. Era lo de siempre, concluía: en cuanto veían una polla
las tías perdían la cabeza. Menos la
suya, pensaba yo, que el andoba daba igual lo que mostrase que no se comía
nada. No hice nada, ¿que iba a recriminarle nada a la camarada
yo, que concebía la organización social
perfecta como una mezcla de comuna china y falansterio foureriano donde se
practicaría el comunismo sexual tras pasarse el día cultivando arroz?
Mi intento de hacer confluir los intereses de dos de las
fuerzas del frente revolucionario que
aquel día se habían encontrado para ver a Vanessa Redgrave terminó en nada. Era el problema de la izquierda, su
sectarismo. Aquella noche las fuerzas
revolucionarias de verdad tuvimos
que culminar el asalto del cielo
contando solo con los propios recursos,
en la soledad de la cama.
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