Andree Rogi - Jacqueline Lamba dans un aquarium - 1934.
En L’amour fou explica Andre Breton su primer encuentro con Jacqueline Lamba. Son las siete de la tarde del día 29 de mayo de 1934. En el café Cyrano, lugar de reunión de los surrealistas, Breton, como cada día, está perorando. Se encuentra de espaldas a la puerta. De repente, un leve cambio en la dirección de las miradas de quienes se encuentran en el café, un movimiento de ondulación apenas perceptible del cuerpo de los parroquianos, le indica que algo extraordinario ha sucedido. Gira la cabeza y allí, “dando la impresión de desplazarse en pleno día a la luz de una lámpara” se encuentra una mujer que le parece escandalosamente bella. Es Jacqueline que ha entrado en el café con la finalidad de darse a conocer por Breton a quien admira. Esa fue la primera vez que Breton vió a Jacqueline Lamba. Tres meses más tarde se casaban y ya no se separarían en años.
Esas señales que anuncian a Breton la llegada de Jacqueline, esa gente que se conduce como si fuese la superficie de un estanque que se agita por las ondas que provoca la entrada en las aguas de algo ajeno a ellas, se encuentra en El acercamiento a Almotasim, un cuento de Borges. Un estudiante que huye va a caer entre seres de la peor calaña. Un día, el estudiante ve aparecer en uno de esos delincuentes un movimiento de ternura, como si ese ser maligno de quien no cabía esperar nada benévolo hubiese reflejado a la manera de un espejo una claridad ajena. El estudiante decide ir en busca de la persona que provoca esa claridad. A medida que se acerca al hombre de quien procede esa luz, las personas con las que se encuentra cada vez reflejan más grado de resplandor. Termina el cuento de Borges con el estudiante llamando a la puerta tras la que se encuentra el origen del resplandor.
He sido testigo en alguna ocasión, muy pocas, de ese movimiento reflejo que revela la aparición de una epifanía. También para Breton fue una epifanía su encuentro con Jacqueline. Me sucedió en una reunión de Ciutadans. Algo en el gesto de quienes estaban de cara a la puerta y frente a mi, una casi imperceptible suspensión de la voz de quien estaba hablando, un momentáneo y mínimo descenso del labio inferior de varios de los reunidos, hizo que me girara y allí estaba ella. No fue una alucinación. Aún no había bebido nada. Reflejo de Dios en las cosas decían los místicos.
¿Te refieres a María Dolores de Cospedal?
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