Durante muchos años, y aquí muchos años son quince, veinte años, más incluso, he tenido en la cabeza una historia. Una historia que venía de un relato, o quizás tan solo de la reseña de un relato, del que no conseguía recordar ni donde lo había leído ni quien lo había escrito, que trataba de unas personas entusiasmadas por los viajes.
Esas personas, habían llenado su casa
de relatos de viajes, mapas, cartas de navegación, relaciones de
temperaturas y peculiaridades del clima, vegetación, costumbres de
los indígenas de lugares ignotos, hábitos gastronómicos, horarios
de trenes. Estaban suscritos al Baedecker y al boletín de novedades
de las sociedades geográficas de múltiples países. Habían
comprado salacoffs, (¡salacoffs!, de pequeño tenía uno que molaba
ni os cuento, creo que de ninguna pérdida, ni siquiera sentimental,
me he lamentado tanto en mi vida como de la que supuso el extravío
del salakof), mantas de viaje, brújulas, navajas suizas, botiquines
con específicos para enfermedades exóticas.
Planeaban hasta el menor detalle
viajes que siempre eran inminentes, pero a pesar de la exhaustiva
documentación y preparación, cuando llegaba la hora de partir
desistían de iniciar lo que habían organizado con tanta
meticulosidad y se quedaban en casa organizando el siguiente.
Yo había llegado a la conclusión de
que no viajaban para no decepcionarse, porque nunca el cumplimiento
de una pasión se acerca ni de lejos a las expectativas que despertó
la pasión (1).
Aunque, también me decía, pudiera ser que se tratase de
unos Bouvard y Pechuchet que sin la iniciativa de estos últimos,
no conseguían traducir en acción su entusiasmo.
Por debajo de Bouvard y Pecuchet hay
otro nivel, el que yo habito, donde el entusiasmo por cualquier
iniciativa es fugaz y no provoca el menor acopio de información o de
actividad, y mucho menos de aprendizaje. Como cuando fumando un
cigarrillo y durante el tiempo que tarda en deshacerse el redondel
de humo que sigues con la mirada, piensas en lo estupendo que sería
construir con mondadientes una réplica a escala del Duomo de Milán.
Buscando el relato que trataba la
historia que tanto me ha interesado he leído todas las enciclopedias
de literatura que he encontrado, tan solo por si en alguna encontraba
la información que buscaba. Sin resultado. Con todo, las
enciclopedias me han permitido conocer el argumento de cientos de
novelas y si se da la ocasión puedo tirarme el pegote mentiroso
sobre tal o cual texto del que solo conozco el resumen que leí en
un compedio.
Hoy, de casualidad, en un texto de
Borges, “Kafka y sus precursores”, leo el siguiente párrafo:
“[en las] Histories
désobligeantes de León
Bloy [se] refiere el caso de unas personas que abundan en globos
terráqueos, en atlas, en guías de ferrocarril y en baúles, y que
mueren sin haber logrado salir de su pueblo natal”.
Ese párrafo fue lo que leí hace tanto y que de tal modo ha ocupado mis ocios de estos años. Ahora, a partir de ese punto ha sido fácil encontrar el relato de Bloy. Se trata de “Los cautivos de Longjumeau”. Un joven matrimonio, el señor y la señora Fourmi, se suicida tras pasar quince años planeando viajes que nunca consiguen llevar a cabo. Encerrados en su casa por una fatalidad que no se explica pero se deja traslucir, una valencia emocional que los tiene enclaustrados y les impide dar cumplimiento a su deseo de viajar.
"... Por décima o vigésima vez, querido
amigo, faltamos a nuestra palabra, infamemente. Por paciente que
seas, supongo que ya estarás harto de invitarnos. La verdad es que
esta última vez, como las anteriores, no tenemos excusa, mi mujer y
yo. Te habíamos escrito que contaras con nosotros y no teníamos
absolutamente nada que hacer. Sin embargo, hemos perdido el tren,
como siempre”.
"Hace quince años que perdemos todos los
trenes y todos los vehículos públicos, hagamos lo que hagamos. Es
horriblemente estúpido, es de un atroz ridículo, pero empiezo a
creer que el mal no tiene remedio. Somos víctimas de una grotesca
fatalidad. Todo es inútil. Para alcanzar el tren de las ocho, por
ejemplo, hemos ensayado levantarnos a las tres de la mañana, y hasta
pasar la noche en vela. Y bien, amigo mío, en el último momento, se
incendiaba la chimenea, a medio camino se me recalcaba un pie, el
vestido de Julieta se enganchaba en alguna zarza, nos quedábamos
dormidos en la sala de espera, sin que ni la llegada del tren ni los
gritos del empleado nos despertaran a tiempo, etcétera, etcétera...
La última vez olvidé mi portamonedas. En fin, te repito, hace
quince años que esto dura y siento que ahí está nuestro principio
de muerte. Por esa causa tú lo sabes, todo lo he malogrado, me he
disgustado con todo el mundo, paso por un monstruo de egoísmo, y mi
pobre Julieta se ve envuelta, claro está, en la misma reprobación.
Desde nuestra llegada a este lugar maldito, hemos faltado a setenta y
cuatro entierros, a doce casamientos, a treinta bautismos, a un
millar de visitas o diligencias indispensables. He dejado que
reventara mi suegra sin volver a verla ni una sola vez, aunque estuvo
enferma cerca de un año, cosa que nos privó de tres cuartas partes
de su herencia, que nos escamoteó furiosa, en un codicilo, la
víspera de su muerte”.
"No acabaría con la enumeración de las
torpezas y de los fracasos ocasionados por la circunstancia increíble
de que jamás pudimos alejarnos de Longjumeau. Para decirlo en una
palabra, somos cautivos, ya sin esperanza, y vemos acercarse el
momento en que esta condición de galeotes se nos hará
insoportable..."
Lo que
yo tomaba por descreimiento en la capacidad por transmutar el deseo
en una respuesta que estuviera a la altura del deseo, deriva en el
cuento hacia el influjo maléfico de la casa que habitan los amantes
de los viajes.
Yo
sabía que nunca el cumplimiento de una pasión se acerca ni de
lejos a las expectativas que abre esa pasión. Igual con el cuento de
Bloy, en donde el desarrollo hacia una explicación esotérica lo
inclina del lado de cualquier capítulo de una serie de televisión
de fantasmas, de The Twilight Zone, por ejemplo.
- Así le pasa a Des Esseintes, el aristócrata de Au Rebours de Huysmans, y es con el proyecto de un viaje a Londres tras la lectura de Dickens. Poco antes de subir al tren que lo llevará a su destino, acalla por un momento el flujo de imágenes que recrea su mente y que son la causa de que haya salido de su mansión por primera vez en años, y se apercibe de que nada de lo que suceda será como aquello que ha evocado.
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