martes, 13 de septiembre de 2016

De viajes, de deseos y de un salacoff.



Durante muchos años, y aquí muchos años son quince, veinte años, más incluso, he tenido en la cabeza una historia. Una historia que venía de un relato, o quizás tan solo de la reseña de un relato, del que no conseguía recordar ni donde lo había leído ni quien lo había escrito, que trataba de unas personas entusiasmadas por los viajes.

Esas personas, habían llenado su casa de relatos de viajes, mapas, cartas de navegación, relaciones de temperaturas y peculiaridades del clima, vegetación, costumbres de los indígenas de lugares ignotos, hábitos gastronómicos, horarios de trenes. Estaban suscritos al Baedecker y al boletín de novedades de las sociedades geográficas de múltiples países. Habían comprado salacoffs, (¡salacoffs!, de pequeño tenía uno que molaba ni os cuento, creo que de ninguna pérdida, ni siquiera sentimental, me he lamentado tanto en mi vida como de la que supuso el extravío del salakof), mantas de viaje, brújulas, navajas suizas, botiquines con específicos para enfermedades exóticas.

Planeaban hasta el menor detalle viajes que siempre eran inminentes, pero a pesar de la exhaustiva documentación y preparación, cuando llegaba la hora de partir desistían de iniciar lo que habían organizado con tanta meticulosidad y se quedaban en casa organizando el siguiente.

Yo había llegado a la conclusión de que no viajaban para no decepcionarse, porque nunca el cumplimiento de una pasión se acerca ni de lejos a las expectativas que despertó la pasión (1).

Aunque, también me decía,  pudiera ser que se tratase de unos Bouvard y Pechuchet que sin la iniciativa de estos últimos, no conseguían traducir en acción su entusiasmo.


Por debajo de Bouvard y Pecuchet hay otro nivel, el que yo habito, donde el entusiasmo por cualquier iniciativa es fugaz y no provoca el menor acopio de información o de actividad, y mucho menos de aprendizaje. Como cuando fumando un cigarrillo y durante el tiempo que tarda en deshacerse el redondel de humo que sigues con la mirada, piensas en lo estupendo que sería construir con mondadientes una réplica a escala del Duomo de Milán.

Buscando el relato que trataba la historia que tanto me ha interesado he leído todas las enciclopedias de literatura que he encontrado, tan solo por si en alguna encontraba la información que buscaba. Sin resultado. Con todo, las enciclopedias me han permitido conocer el argumento de cientos de novelas y si se da la ocasión puedo tirarme el pegote mentiroso sobre tal o cual texto del que solo conozco el resumen que leí en un compedio.


Hoy, de casualidad, en un texto de Borges, “Kafka y sus precursores”, leo el siguiente párrafo: “[en las] Histories désobligeantes de León Bloy [se] refiere el caso de unas personas que abundan en globos terráqueos, en atlas, en guías de ferrocarril y en baúles, y que mueren sin haber logrado salir de su pueblo natal”.


Ese párrafo fue lo que leí hace tanto y que de tal modo ha ocupado mis ocios de estos años. Ahora, a partir de ese punto ha sido fácil encontrar el relato de Bloy. Se trata de “Los cautivos de Longjumeau”. Un joven matrimonio, el señor y la señora Fourmi, se suicida tras pasar quince años planeando viajes que nunca consiguen llevar a cabo. Encerrados en su casa por una fatalidad que no se explica pero se deja traslucir, una valencia emocional que los tiene enclaustrados y les impide dar cumplimiento a su deseo de viajar.


"... Por décima o vigésima vez, querido amigo, faltamos a nuestra palabra, infamemente. Por paciente que seas, supongo que ya estarás harto de invitarnos. La verdad es que esta última vez, como las anteriores, no tenemos excusa, mi mujer y yo. Te habíamos escrito que contaras con nosotros y no teníamos absolutamente nada que hacer. Sin embargo, hemos perdido el tren, como siempre”.

"Hace quince años que perdemos todos los trenes y todos los vehículos públicos, hagamos lo que hagamos. Es horriblemente estúpido, es de un atroz ridículo, pero empiezo a creer que el mal no tiene remedio. Somos víctimas de una grotesca fatalidad. Todo es inútil. Para alcanzar el tren de las ocho, por ejemplo, hemos ensayado levantarnos a las tres de la mañana, y hasta pasar la noche en vela. Y bien, amigo mío, en el último momento, se incendiaba la chimenea, a medio camino se me recalcaba un pie, el vestido de Julieta se enganchaba en alguna zarza, nos quedábamos dormidos en la sala de espera, sin que ni la llegada del tren ni los gritos del empleado nos despertaran a tiempo, etcétera, etcétera... La última vez olvidé mi portamonedas. En fin, te repito, hace quince años que esto dura y siento que ahí está nuestro principio de muerte. Por esa causa tú lo sabes, todo lo he malogrado, me he disgustado con todo el mundo, paso por un monstruo de egoísmo, y mi pobre Julieta se ve envuelta, claro está, en la misma reprobación. Desde nuestra llegada a este lugar maldito, hemos faltado a setenta y cuatro entierros, a doce casamientos, a treinta bautismos, a un millar de visitas o diligencias indispensables. He dejado que reventara mi suegra sin volver a verla ni una sola vez, aunque estuvo enferma cerca de un año, cosa que nos privó de tres cuartas partes de su herencia, que nos escamoteó furiosa, en un codicilo, la víspera de su muerte”.

"No acabaría con la enumeración de las torpezas y de los fracasos ocasionados por la circunstancia increíble de que jamás pudimos alejarnos de Longjumeau. Para decirlo en una palabra, somos cautivos, ya sin esperanza, y vemos acercarse el momento en que esta condición de galeotes se nos hará insoportable..."




Lo que yo tomaba por descreimiento en la capacidad por transmutar el deseo en una respuesta que estuviera a la altura del deseo, deriva en el cuento hacia el influjo maléfico de la casa que habitan los amantes de los viajes.

Yo sabía que nunca el cumplimiento de una pasión se acerca ni de lejos a las expectativas que abre esa pasión. Igual con el cuento de Bloy, en donde el desarrollo hacia una explicación esotérica lo inclina del lado de cualquier capítulo de una serie de televisión de fantasmas, de The Twilight Zone, por ejemplo.


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  1. Así le pasa a Des Esseintes, el aristócrata de Au Rebours de Huysmans, y es con el proyecto de un viaje a Londres tras la lectura de Dickens. Poco antes de subir al tren que lo llevará a su destino, acalla por un momento el flujo de imágenes que recrea su mente y que son la causa de que haya salido de su mansión por primera vez en años, y se apercibe de que nada de lo que suceda será como aquello que ha evocado.


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