domingo, 9 de abril de 2017

El Partido del Trabajo de España y Alan Watts



Durante una de las manifestaciones en Barcelona de febrero de 1976. Allí estaba yo con mi pinta de panoli y mi cigarrillo. Nada de cigarrillos de la risa que se trataba de esquivar las acometidas de los grises y eso obligaba a  una coordinación motora que permitiese correr.




Veo la película Her de Spike Jonze. Estupendo Joaquin Phoenix (Theodore), estupenda la voz susurrante y acogedora de Scarlett Johansson (Samantha) y me quedo con el momento en que el sistema operativo (SO) Samantha le confiesa a Theodore que un grupo de SO ha generado un Alan Watts cibernético con el que van a reflexionar sobre ellos mismos, su naturaleza, su mismitad, su esencia.

La reflexión de los SO dirigida por el filósofo, golem creado por otros golems, termina teniendo consecuencias en el desarrollo de la trama de la película.

De joven leía en la revista Triunfo los artículos de Haro Ibars sobre contracultura. El Swinging London y la contracultura de la costa oeste de los USA. Del recuerdo vago de esas lecturas, procede lo que sé sobre Alan Watts. Si hará años de ello, que aún no había muerto Franco. Sospecho que ni siquiera se había producido el limite K/T y en las lagunas de la planicie de lo que sería Barcelona ramoneaban manadas de dinosaurios. Yo los he visto.

En Barcelona, al menos por los lugares donde yo me movía, había dos grandes grupos, dos facciones contrarias al régimen franquista. El grupo de los políticos, por lo general militantes o simpatizantes de partidos de izquierda, del PSUC hacía la izquierda, donde casi todo era reflexión y la acción el hermano pequeño de la actividad reflexiva. Mucho parloteo y poca acción. El grupo de los contraculturales que se definían por su conducta porque la reflexión les era bastante ajena: coqueteo con productos tóxicos, música rock, pelo largo, argot para cohesionarse como grupo, los cómics como casi única lectura (Fritz the Cat) aunque también había quien hacia alguna incursión por El Principito de Saint Exupery. Poco más.


Eran dos grupos inmiscibles. Yo me encontraba a caballo de ambos.


Por un lado militaba en un partido maoísta, el PTE, quizás el único partido de izquierdas en el que predominaba la acción sobre la reflexión, la reflexión sobre la formación social española que era en lo que pasaba el tiempo el resto de partidos políticos. Los militantes del PTE, en su mayoría, concebían la felicidad como una comuna china extendida al conjunto del mundo, en donde los humanos seriamos libres e iguales, alternando el cultivo de arroz durante el día y la participación en bailes populares por la noche. La vía para llegar a ese paraíso arrocero consistía en pasarse el día vendiendo por la calle El Correo del Pueblo, órgano del comité central del partido, y no perderse ninguna manifestación callejera. Eran los momentos crepusculares del régimen franquista y la alternativa al mismo la teníamos muy clara, no en vano eramos la vanguardia del proletariado y nuestra acción la inspiraban unas gentes de ojos rasgados bajo el manto protector del presidente Mao: la república popular española y el cuenco de arroz con su baile popular nocturno.


Por otro lado, mantenía buenas relaciones con los amigos de toda la vida. Amigos que se sentían muy contentos con la vida que llevaban, que en resumen consistía en juguetear con la toma de sustancias no aconsejables y acudir cuando había dinero a Les Enfants Terribles, una discoteca canalla del barrio chino por si entraban en contacto con alguna anglosajona.


Pretendía en mi ingenuidad hacer de puente entre ambos grupos. A unos les intentaba embarcar en actividades políticas, que vendiesen algún ejemplar de la prensa del partido, que hiciesen de correos, les explicaba como fabricar una vietnamita, les hablaba de las contradicciones insolubles del capital, sin recibir más respuesta que una mirada estupefacta, y a los otros les daba a probar los canutos que me fumaba y si se terciaba, les invitaba a tomar un ácido como alternativa a la discusión sobre el materialismo y empiriocriticismo de Lenin. Los "políticos", más abiertos que los "contraculturales", alguna vez caían en la tentación y se colocaban, pero en pasándose el efecto, todo eran lamentos y reproches ¡¡¡la vanguardia del proletariado cayendo en prácticas pequeño burguesas!!!. No funcionó. Unos y otros no entendían la lógica del contrario. La revolución tenía que ser o cultural o política.


A lo máximo que los políticos llegaban, era a considerar que la comuna K2 de Berlin, de la que sabíamos por un librito de Joseph María Carandell, era una alternativa revolucionaria a la familia. Pero de eso, de las comunas, en Barcelona no se sabía la existencia de nada parecido. Al menos en los ambientes que menciono.


De Alan Watts recuerdo que Haro Ibars comentaba con arrobo extraordinario que el gurú contracultural les decía a sus acólitos que en la escuela no enseñaban tres cosas que eran fundamentales y que había que aprender: hacer el amor, construir tu casa y fabricar tu ropa.


Si, si, me decía, hacer el amor. Para el resto de actividades fundamentales que proponía Watts, consideraba que con una tienda de campaña que tenía ya iba servido y no veía la necesidad de aprender a fabricar ropa, ¿a quien le podía interesar fabricar ropa?, total, con no cambiarte a menudo se  volvía innecesaria la tercera actividad. Así que Alan Watts me parecía un buen tipo. El pelo largo y follar. ¿Quién podía oponerse a ese programa?.



Un día, lo conté hace unos meses, un grupo decidimos hacer una cama redonda en un encuentro multitudinario en Bellaterra. Iba a ser una cama redonda MASIVA. Durante toda la semana se colgó información del encuentro en varias facultades. Salivábamos de  excitación pensando en el "happening", no en vano eramos muy europeos y a las cosas por su nombre verdadero.
El sábado por la mañana teníamos que encontrarnos en el campus de Bellaterra con comida para el fin de semana y un saco de dormir. Cepillo de dientes incluido que íbamos a lo que íbamos y no se trataba de que nos cantase la boca. Llegado que fue el momento del magno acontecimiento, en Bellaterra nos encontramos un grupo de varias decenas de varones… y una sola chica, que tampoco vino sola, sino de acompañante y observadora como nos comentó algo inquieta por lo que se le venía encima y a temer si adentro. Eran unos años en los que la homosexualidad era una práctica muy minoritaria y ninguno de los participantes iba de ese palo con lo que no cabía la posibilidad de reducir el número de partenaires de la única joven. Tuvimos que desconvocar el encuentro. El cambio contracultural, el de verdad, sexo incluido, tendría que esperar.


Me he imaginado a los SO de la película Her, haciendo el amor entre ellos, SO con SO, sin necesidad de utilizar cepillo de dientes y sin problemas de congestión por solicitar muchos de ellos al mismo SO, que de eso ya nos informa la película. Como avanza el mundo y que perspectivas abren las nuevas tecnologías. Con la Scarlett nada menos.

4 comentarios:

  1. La ORT en Barcelona, hasta donde recuerdo, tenía un peso inapreciable. Navarra, Madrid y a saber si en alguna otra zona.

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  2. .. mi comentario... es sobre el tuyo y el maoismo





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  3. LOs militantes del PTE eramos bastante cuadriculados. Pero nada que ver con el nivel de la ORT. Eran mucho más cuadriculados.

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