viernes, 10 de marzo de 2017

Malva Marina Reyes



 
 
 
Malva Marina Reyes Hagenaar que nació en Madrid en agosto de 1934. No tuvo otro hijo que Malva Marina el que entonces era el agregado cultural de la embajada de Chile en España, al que conocemos como Pablo Neruda. Neruda ejerció como cónsul en Batavia, en la isla de Java y allí conoció a María Antonia Hagenaar,  holandesa con unos padres arruinados,  a la que llamaba Maruca.
 
 
Se casó con Maruca y con ella viajó de regreso a Chile y más tarde a Madrid donde Maruca dio a luz a una niña con una enfermedad muy grave en aquella época, hidrocefalia.
 
 
La hidrocefalia si se deja a su evolución natural causa en los recién nacidos un crecimiento de la cabeza y una atrofia de la corteza cerebral. Ahora es un problema que se suele resolver mediante una intervención quirúrgica que coloca un catéter que va de un ventrículo cerebral al abdomen y drena el exceso de liquido cefalorraquídeo. En la época del nacimiento de la hija de Neruda, no existía tratamiento para los niños con hidrocefalia que por lo general no llegaban a andar ni a hablar. Terminaban muriendo a los pocos años.
 
 
Así pasó con Malva Marina, que falleció a los ocho años en Holanda a donde la había trasladado su madre al separarse de Neruda cuando la niña tenía dos años.


Hay un texto en Comprendí, pero no explico de Vicente Aleixandre, que duele por su falta de ternura. Refiere el momento en que Aleixandre conoció a Malva Marina, a los pocos días del nacimiento, y cuando Neruda aún no era consciente del problema de su hija. Los niños hidrocefálico suelen nacer con una cabeza de tamaño normal que poco a poco va creciendo.
 
 
Subimos unos escalones. “Pasa Vicente”. Un salón y Pablo desapareció. Enfrente, una amplia balconada, y en el fondo, un gran pedazo de enorme cielo. Salí a la terraza corrida y estrecha, como un camino hacia su final. En él, Pablo, allá se inclinaba sobre lo que parecía una cuna. Yo le veía lejos mientras oía su voz. “Malva Marina, ¿me oyes? ¡Ven Vicente, ven! Mira qué maravilla, Mi niña. Lo más bonito del mundo. Brotaban las palabras mientras yo me iba acercando. Él me llamaba con la mano y miraba con felicidad hacia el fondo de aquella cuna. Todo él sonrisa dichosa, ciega dulzura de su voz gruesa, embebimiento del ser en más ser. Llegué. él se irguió radiante, mientras me espiaba. ¡Mira, mira! Yo me acerqué del todo y entonces el hondón de los encajes ofreció lo que contenía. Una enorme cabeza, una implacable cabeza que hubiese devorado las facciones y fuese sólo eso: cabeza feroz, crecida sin piedad, sin interrupción, hasta perder su destino. Una criatura (¿lo era?) a la que no se podía mirar sin dolor. Un montón de materia en desorden. Blanco yo, levanté la vista, murmuré unos sonidos para quien los esperaba y conseguí una máscara de sonrisa. Pablo era luz, irradiaba irrealidad, sueño, y su ensoñación tenía la firmeza de la piedra, el orgullo de su alegría, el agradecimiento hacia un futuro celeste”.

 
Neruda no habla nunca de Malva Marina, no aparece su hija en sus memorias, no le dedica el menor recuerdo en su poesía. Probablemente no volvió a ver a su hija una vez separado de la madre. Se conserva alguna carta de Maruca pidiendo a Neruda que no vuelva a retrasarse en el pago de la cantidad que mensualmente les giraba y sobre todo que no vuelva a reducir la cantidad que les envía. Claro que la inexistencia de pruebas del cariño de Neruda hacia su hija no es una prueba de la inexistencia de ese cariño. En un mundo en guerra , separados por un océano, no debía de resultar fácil viajar de Sudamerica a Holanda y a saber que explicación hay para la falta de manifestaciones escritas de su afecto por la niña aparte de un supuesto desapego.
 
 
Maruca, judía en una Holanda a punto de ser invadida por los nazis, entregó la niña a una familia cristiana para su crianza y para apartarla del riesgo que suponía que Malva Marina viviera con su madre. Los Julsing de Gouda. Con ellos vivió hasta su muerte a los ocho años.

 
Hace poco entrevistaron a uno de los hijos de los Julsing que convivió con la niña. Conserva el recuerdo de una niña que fue aceptada por su familia como un hijo más. Una niña con una sonrisa que califica de dulce. No sabía que el padre de Malva Marina hubiese sido Neruda del que lo ignoraba todo, incluso que se trataba de un Premio Nobel.










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