Malva Marina Reyes Hagenaar que nació
en Madrid en agosto de 1934. No tuvo otro hijo que Malva Marina el
que entonces era el agregado cultural de la embajada de Chile en España, al
que conocemos como Pablo Neruda. Neruda ejerció como cónsul en
Batavia, en la isla de Java y allí conoció a María Antonia
Hagenaar, holandesa con unos padres arruinados, a la que llamaba Maruca.
Se casó con Maruca y con ella viajó
de regreso a Chile y más tarde a Madrid donde Maruca dio a luz a
una niña con una enfermedad muy grave en aquella época,
hidrocefalia.
La hidrocefalia si se deja a su
evolución natural causa en los recién nacidos un crecimiento de la
cabeza y una atrofia de la corteza cerebral. Ahora es un problema
que se suele resolver mediante una intervención quirúrgica que
coloca un catéter que va de un ventrículo cerebral al abdomen y
drena el exceso de liquido cefalorraquídeo. En la época del
nacimiento de la hija de Neruda, no existía tratamiento para los
niños con hidrocefalia que por lo general no llegaban a andar ni a
hablar. Terminaban muriendo a los pocos años.
Así pasó con Malva Marina, que
falleció a los ocho años en Holanda a donde la había trasladado su
madre al separarse de Neruda cuando la niña tenía dos años.
Hay un texto en Comprendí, pero no
explico de Vicente Aleixandre, que duele por su falta de ternura.
Refiere el momento en que Aleixandre conoció a Malva Marina, a los
pocos días del nacimiento, y cuando Neruda aún no era consciente
del problema de su hija. Los niños hidrocefálico suelen nacer con
una cabeza de tamaño normal que poco a poco va creciendo.
Subimos unos escalones. “Pasa Vicente”. Un salón y Pablo desapareció. Enfrente, una amplia balconada, y en el fondo, un gran pedazo de enorme cielo. Salí a la terraza corrida y estrecha, como un camino hacia su final. En él, Pablo, allá se inclinaba sobre lo que parecía una cuna. Yo le veía lejos mientras oía su voz. “Malva Marina, ¿me oyes? ¡Ven Vicente, ven! Mira qué maravilla, Mi niña. Lo más bonito del mundo. Brotaban las palabras mientras yo me iba acercando. Él me llamaba con la mano y miraba con felicidad hacia el fondo de aquella cuna. Todo él sonrisa dichosa, ciega dulzura de su voz gruesa, embebimiento del ser en más ser. Llegué. él se irguió radiante, mientras me espiaba. ¡Mira, mira! Yo me acerqué del todo y entonces el hondón de los encajes ofreció lo que contenía. Una enorme cabeza, una implacable cabeza que hubiese devorado las facciones y fuese sólo eso: cabeza feroz, crecida sin piedad, sin interrupción, hasta perder su destino. Una criatura (¿lo era?) a la que no se podía mirar sin dolor. Un montón de materia en desorden. Blanco yo, levanté la vista, murmuré unos sonidos para quien los esperaba y conseguí una máscara de sonrisa. Pablo era luz, irradiaba irrealidad, sueño, y su ensoñación tenía la firmeza de la piedra, el orgullo de su alegría, el agradecimiento hacia un futuro celeste”.
Neruda no habla nunca de Malva Marina,
no aparece su hija en sus memorias, no le dedica el menor recuerdo
en su poesía. Probablemente no volvió a ver a su hija una vez
separado de la madre. Se conserva alguna carta de Maruca pidiendo a
Neruda que no vuelva a retrasarse en el pago de la cantidad que
mensualmente les giraba y sobre todo que no vuelva a reducir la
cantidad que les envía. Claro que la inexistencia de pruebas del
cariño de Neruda hacia su hija no es una prueba de la inexistencia
de ese cariño. En un mundo en guerra , separados por un océano, no
debía de resultar fácil viajar de Sudamerica a Holanda y a saber
que explicación hay para la falta de manifestaciones escritas de su
afecto por la niña aparte de un supuesto desapego.
Maruca, judía en una Holanda a punto
de ser invadida por los nazis, entregó la niña a una familia
cristiana para su crianza y para apartarla del riesgo que suponía
que Malva Marina viviera con su madre. Los Julsing de Gouda. Con
ellos vivió hasta su muerte a los ocho años.
Hace poco
entrevistaron a uno de los hijos de los Julsing que convivió con la
niña. Conserva el recuerdo de una niña que fue aceptada por su
familia como un hijo más. Una niña con una sonrisa que califica de
dulce. No sabía que el padre de Malva Marina hubiese sido Neruda
del que lo ignoraba todo, incluso que se trataba de un Premio Nobel.
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