domingo, 16 de julio de 2017

Los tiempos cambian; el castigo al chivato permanece

                                                                                                       1935



A principios de los años ochenta, trabajé un verano en la cárcel Modelo. Los servicios sanitarios de la Modelo tenían tantos médicos como galerías y cada médico estaba al cuidado de una. La cuarta, en aquellos años destinada a multirreincidentes y presos conflictivos, le tocaba al último que llegaba. A mi, en este caso.

El trabajo no era demasiado complicado. En cada galería, una de las celdas de la planta baja estaba destinada a consulta médica. Una mesa, dos sillas y una camilla. Nada más. No había un botiquín porque hubiese desaparecido el material a las pocas horas, y cada médico llegaba con el material que necesitaría. Algunos medicamentos, de preferencia antibióticos diversos y analgésicos, hojas de receta por si la situación requería otros fármacos, un fonendo, linterna, vendas, gasas y material de curas. Y guantes. Muchos guantes que había mucho miedo con el contagio al SIDA. Si el asunto no se solucionaba con lo que llevaba el médico, tenía la opción de trasladar al recluso a la enfermería de la cárcel, que se encontraba en un módulo aparte de las galerías, donde se disponía de camas, material quirúrgico básico y para exploraciones.

Se pasaba visita y, lo mismo en la Modelo que en cualquier otra consulta médica, para algunos pacientes el médico es la puerta a otros objetivos. Eran años de heroína y toxicómanos. Unos cuantos presos presionaban para obtener el Rohipnol.

-¿que te pasa?

-No puedo dormir. Quiero Rohipnol.

-Si, hace calor.

Era verdad, aquel verano hacía un calor espantoso. La Modelo estaba sobreocupada y dormían varios en una celda. Las literas de rigor y una o dos colchonetas puestas en el suelo de cada celda. Menos en las de los kies, allí no había literas en el suelo ni hacinamiento.

El Rohipnol era un producto muy apreciado por los adictos a la heroina. Permitía pasar mejor el mono y, lo que era preferible para el toxicómano, se podia vender y usarlo como objeto de trueque. En la Modelo, una caja de Rohipnol era un chollo.

Nunca se aceptaba la petición de Rohipnol. Que por otro lado es muy adictivo. Quien toma Rohipnol para dormir, a las pocas semanas duerme igual de mal que antes de empezar a usarlo y además está enganchado al fármaco.

-No hay Rohipnol.

-Hágame una receta.

-No te voy a hacer ninguna receta. No hay Rohipnol. No hay buenos medicamentos para el insomnio (como si al preso le importaran una mierda mis disquisiciones sobre la falta de eficacia del arsenal farmacológico para el insomnio. El hombre presionaba para conseguir Rohipnol y ya está)

-Pues, -y levantaba la voz-, yo necesito dormir y esto es un abuso y me voy a quejar a la dirección de la cárcel. Que usted pasa de mi y lo único que me va bien para el insomnio es el Rohipnol

-Quéjate y sal de la celda que aún tengo muchas visitas.
 
-Mecaguenmismuertos y que tenga que ser yo tan desgraciado de que me toque un médico tan malaje. Enrróllese, hombre, que estoy muy chungo.
 

El preso porfiaba un rato más, con mucho visaje de cara, Terminaba yéndose. No se trataba de nada personal, yo era nuevo y el hombre tanteaba hasta que punto era yo sensible a la presión. No sabía que yo venía de una consulta de la seguridad social y algunas viejecitas eran contumaces hasta un punto que el preso no podía ni imaginar, así que llevaba el entrenamiento hecho cuando entré a trabajar en la Modelo. Al día siguiente volvería a dar la matraca con su insomnio y el Rohipnol. Y eso que en la cárcel había bastante tráfico de Rohipnol. Pero se pagaba caro. Imagino que lo entraban las mujeres dentro de la vagina cuando el vis-a-vis.

La situacion con el Rohipnol se repetía con unos cuantos presos y formaba parte de la rutina diaria. A veces tenía una consulta tranquila, sobre todo cuando el preso de confianza al que le tocaba acompañarme en la visita, en lugar de escaquearse y dedicarse por la galería a sus trapicheos, que era lo usual, se quedaba conmigo. Aquel día apenas solicitaban Rohipnol.

Estaban, pero eso fuera de la consulta, las situaciones que surgían en otros momentos, al margen de la visita médica. Hacia calor, los ánimos estaban muy crispados, el preso valoraba de un modo muy crítico el trato que recibía de los funcionarios y la administración de justicia, así que cuando no salían las cosas como deseaba, una petición al juez denegada, una sanción por algún comportamiento, que le habían retirado de cocina y ya no podría trapichear con los alimentos que escaquease, que le habían puesto en una celda con gente de otros países, muchos otros motivos muy variados, a veces se chinaba, se hacía un corte en el cuerpo con una cuchilla. Por lo general en el brazo. Si el corte lo practicaban con la mano dominante en el otro brazo, se podía contar con que el corte sería superficial. Pero a veces alguno había bebido, siempre había bebida si podían pagarla, y ofuscado con el pedo que llevaba usaba para cortar la mano torpe. Entonces el corte era irregular y en ocasiones profundo.

El problema venía cuando se cortaban varios a la vez y se ponían a dar vueltas por el patio sin dejar que los funcionarios los llevasen a enfermería. Cuando se cansaban de correr y de sangrar, eran cinco o diez que exigían un trato inmediato. Si sucedía por las tardes la performance en grupo, solo había un médico y un enfermero de guardia para el gentío sangrante, irascible y quejoso. Que llevo una hora sangrando y me voy a morir. De esas maneras aparatosas de expresar una queja, la más sencilla para nosotros era cuando uno se cosía los labios. Quedaba muy aparente, muy vistoso, pero era la lesión más fácil de resolver, no se necesitan puntos y con una hoja de bisturí cortas el hilo. Y le das antibiótico de amplio espectro porque a saber que hilo era, donde había estado guardado y que compañeritos microscópicos llevaba la aguja.

Y otra situación, que es la que quería traer aquí, el trato a los chivatos. Supongo que al chivato que arruinase la vida a alguien, si ese alguien tenía padrinos y peso en la cárcel, se le putearía hasta lo indecible. Pero el chivateo menor, señor funcionario, fulanito me ha quitado la comida que me ha enviado la familia, o asuntos similares, se castigaba cuando el chivato estaba en la ducha y alguien le clavaba un pincho en la nalga. Me decían que una vez un preso pinchado había muerto desangrado en la ducha, pero quien lo contaba se lo había oído contar a otros, nada de testigo directo. Un pinchazo en la nalga, el castigo al chivato.

Y me encuentro una nota periodística de los años veinte en donde a un chivato se le trata del mismo modo que en la Modelo de sesenta años más tarde.

La nota es de Correspondencia Militar, un periodico que debía destinarse a los cuartos de banderas y a las familias de los militares.

La nota era sobre un legionario dado de baja en Barcelona por motivos de salud. Recibe una cantidad de dinero como gratificación o finiquito y a las pocas horas acude al juzgado de guardia a denunciar el robo de una parte del dinero por parte de un limpiabotas. Al salir del juzgado, los amigos del limpiabotas le dan una paliza. Vuelve al juzgado, relata las novedades, sale a la calle acompañado por un policia y alguien le clava un pincho en la nalga. El castigo al chivato. Los tiempos cambian, pero el castigo al chivato permanece.
 
 
                                                                                   La Correspondencia Militar. 1925.
 
 

Espero que no tiren toda la Modelo. Es un panóptico como hay pocos ejemplos en Barcelona.

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