1935
A principios de los años ochenta,
trabajé un verano en la cárcel Modelo. Los servicios sanitarios de
la Modelo tenían tantos médicos como galerías y cada médico
estaba al cuidado de una. La cuarta, en aquellos años destinada a
multirreincidentes y presos conflictivos, le tocaba al último que
llegaba. A mi, en este caso.
El trabajo no era demasiado complicado.
En cada galería, una de las celdas de la planta baja estaba destinada
a consulta médica. Una mesa, dos sillas y una camilla. Nada más. No
había un botiquín porque hubiese desaparecido el material a las
pocas horas, y cada médico llegaba con el material que necesitaría.
Algunos medicamentos, de preferencia antibióticos diversos y
analgésicos, hojas de receta por si la situación requería otros
fármacos, un fonendo, linterna, vendas, gasas y material de curas. Y
guantes. Muchos guantes que había mucho miedo con el contagio al
SIDA. Si el asunto no se solucionaba con lo que llevaba el médico,
tenía la opción de trasladar al recluso a la enfermería de la
cárcel, que se encontraba en un módulo aparte de las galerías,
donde se disponía de camas, material quirúrgico básico y para
exploraciones.
Se pasaba visita y, lo mismo en la
Modelo que en cualquier otra consulta médica, para algunos pacientes
el médico es la puerta a otros objetivos. Eran años de heroína y
toxicómanos. Unos cuantos presos presionaban para obtener el
Rohipnol.
-¿que te pasa?
-No puedo dormir. Quiero Rohipnol.
-Si, hace calor.
Era verdad, aquel verano hacía un
calor espantoso. La Modelo estaba sobreocupada y dormían varios en
una celda. Las literas de rigor y una o dos colchonetas puestas en el
suelo de cada celda. Menos en las de los kies, allí no había literas
en el suelo ni hacinamiento.
El Rohipnol era un producto muy
apreciado por los adictos a la heroina. Permitía pasar mejor el mono
y, lo que era preferible para el toxicómano, se podia vender y usarlo
como objeto de trueque. En la Modelo, una caja de Rohipnol era un
chollo.
Nunca se aceptaba la petición de
Rohipnol. Que por otro lado es muy adictivo. Quien toma Rohipnol para
dormir, a las pocas semanas duerme igual de mal que antes de empezar
a usarlo y además está enganchado al fármaco.
-No hay Rohipnol.
-Hágame una receta.
-No te voy a hacer ninguna receta. No
hay Rohipnol. No hay buenos medicamentos para el insomnio (como si al
preso le importaran una mierda mis disquisiciones sobre la falta de
eficacia del arsenal farmacológico para el insomnio. El hombre presionaba para
conseguir Rohipnol y ya está)
-Pues, -y levantaba la voz-, yo
necesito dormir y esto es un abuso y me voy a quejar a la dirección
de la cárcel. Que usted pasa de mi y lo único que me va bien para
el insomnio es el Rohipnol
-Quéjate y sal de la celda que aún
tengo muchas visitas.
-Mecaguenmismuertos y que tenga que ser yo tan desgraciado de que me toque un médico tan malaje. Enrróllese, hombre, que estoy muy chungo.
El preso porfiaba un rato más, con
mucho visaje de cara, Terminaba yéndose. No se trataba de nada
personal, yo era nuevo y el hombre tanteaba hasta que punto era yo
sensible a la presión. No sabía que yo venía de una consulta de
la seguridad social y algunas viejecitas eran contumaces hasta un
punto que el preso no podía ni imaginar, así que llevaba el
entrenamiento hecho cuando entré a trabajar en la Modelo. Al día
siguiente volvería a dar la matraca con su insomnio y el Rohipnol. Y
eso que en la cárcel había bastante tráfico de Rohipnol. Pero se pagaba caro. Imagino
que lo entraban las mujeres dentro de la vagina cuando el vis-a-vis.
La situacion con el Rohipnol se repetía
con unos cuantos presos y formaba parte de la rutina diaria. A veces
tenía una consulta tranquila, sobre todo cuando el preso de
confianza al que le tocaba acompañarme en la visita, en lugar de
escaquearse y dedicarse por la galería a sus trapicheos, que era lo
usual, se quedaba conmigo. Aquel día apenas solicitaban Rohipnol.
Estaban, pero eso fuera de la consulta,
las situaciones que surgían en otros momentos, al margen de la
visita médica. Hacia calor, los ánimos estaban muy crispados, el
preso valoraba de un modo muy crítico el trato que recibía de los
funcionarios y la administración de justicia, así que cuando no
salían las cosas como deseaba, una petición al juez denegada, una
sanción por algún comportamiento, que le habían retirado de cocina
y ya no podría trapichear con los alimentos que escaquease, que le
habían puesto en una celda con gente de otros países, muchos otros
motivos muy variados, a veces se chinaba, se hacía un corte en el
cuerpo con una cuchilla. Por lo general en el brazo. Si el corte lo
practicaban con la mano dominante en el otro brazo, se podía contar
con que el corte sería superficial. Pero a veces alguno había
bebido, siempre había bebida si podían pagarla, y ofuscado con el
pedo que llevaba usaba para cortar la mano torpe. Entonces el corte
era irregular y en ocasiones profundo.
El problema venía cuando se cortaban
varios a la vez y se ponían a dar vueltas por el patio sin dejar que
los funcionarios los llevasen a enfermería. Cuando se cansaban de
correr y de sangrar, eran cinco o diez que exigían un trato
inmediato. Si sucedía por las tardes la performance en grupo, solo
había un médico y un enfermero de guardia para el gentío sangrante,
irascible y quejoso. Que llevo una hora sangrando y me voy a morir.
De esas maneras aparatosas de expresar una queja, la más sencilla para nosotros
era cuando uno se cosía los labios. Quedaba muy aparente, muy
vistoso, pero era la lesión más fácil de resolver, no se
necesitan puntos y con una hoja de bisturí cortas el hilo. Y le das
antibiótico de amplio espectro porque a saber que hilo era, donde
había estado guardado y que compañeritos microscópicos llevaba la
aguja.
Y otra situación, que es la que quería
traer aquí, el trato a los chivatos. Supongo que al chivato que
arruinase la vida a alguien, si ese alguien tenía padrinos y peso en
la cárcel, se le putearía hasta lo indecible. Pero el chivateo
menor, señor funcionario, fulanito me ha quitado la comida que me ha
enviado la familia, o asuntos similares, se castigaba cuando el
chivato estaba en la ducha y alguien le clavaba un pincho en la
nalga. Me decían que una vez un preso pinchado había muerto
desangrado en la ducha, pero quien lo contaba se lo había oído contar
a otros, nada de testigo directo. Un pinchazo en la nalga, el castigo
al chivato.
Y me encuentro una nota periodística de
los años veinte en donde a un chivato se le trata del mismo modo que
en la Modelo de sesenta años más tarde.
La nota es de Correspondencia Militar,
un periodico que debía destinarse a los cuartos de banderas y a las
familias de los militares.
La nota era sobre un legionario dado de
baja en Barcelona por motivos de salud. Recibe una cantidad de dinero
como gratificación o finiquito y a las pocas horas acude al juzgado
de guardia a denunciar el robo de una parte del dinero por parte de
un limpiabotas. Al salir del juzgado, los amigos del limpiabotas le
dan una paliza. Vuelve al juzgado, relata las novedades, sale a la
calle acompañado por un policia y alguien le clava un pincho en la
nalga. El castigo al chivato. Los tiempos cambian, pero el castigo
al chivato permanece.
La Correspondencia Militar. 1925.
Espero que no tiren toda la Modelo. Es
un panóptico como hay pocos ejemplos en Barcelona.